Xquic, linaje y rebelión de una doncella guerrera


Xquic es una doncella originaria de Xibalbá. Su padre es uno de los señores de la muerte, de nombre Cuchumaquic, encargado de provocarle derrames a los hombres y el señor más poderoso en el inframundo. Ella desobedece un edicto en el que se prohibe a los habitantes de Xibalbá acudir a un cruce de caminos en donde se colgó las cabezas de Hun hunapú, Vucub Hunapú, luego de que fueron traicionados y decapitados en el campo de pelota, por los señores de la muerte.
Su función en el relato es engendrar a los gemelos Hunajpú e Xbalamceh. Sin embargo, la historia de la doncella Xquic tiene una segunda lectura en la que podemos entrever otro tipo de conflicto, relacionado con una situación política y social en Xibalbá [que por otra parte es un lugar que no es exactamente "el inframundo" aunque está sometido por los señores Camé -muerte-] y que, para el caso del relato que ocupa a los narradores, no es primordial: la opresión en la que viven sus habitantes.

La princesa Xquic se atreve a ir más allá de la prohibición y esa transgresión del orden es lo que hace posible la gestación de la luz y el florecimiento de una simiente. Ella se convierte en la imagen de la resistencia, en el adversario oculto de los señores de la noche cuando le dice a los Tucures, quienes tienen la orden de sacrificarla, que:
–No es posible que me matéis, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en el vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpú que estaba en Pucbal-Chah(...) este corazón no les pertenece a ellos. Tampoco debe ser aquí vuestra morada, ni debéis tolerar que os obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente vuestros los verdaderos criminales y míos serán enseguida Hun-Camé y Vucub-Camé. (pp. 60-61)
Siendo tan riguro el sistema político y de control, la muerte es el único castigo posible por el crimen de manchar la pureza de uno de los linajes del Inframundo, y violentar la autoridad suprema. Esto tiene dos lecturas, por un lado nos habla de un autoritarismo extremo pero también reafirma la importancia que tenían las alianzas de sangre en las relaciones de los diversos pueblos mesoamericanos de origen tolteca-mayense, como se puede apreciar también en muchos de los pasajes relativos a las alianzas políticas entre las familias poderosas en la segunda parte del libro, cuando se habla de las tibrus que migraron en busca de sus ciudades:
Solamente tres ramas de la familia (Quiché) estuvieron allí en Izmachí, que así se llamaba la ciudad, y allí comenzaron también los festines y orgías con motivo de sus hijas, cuando llegaban a pedirlas en matrimonio. Y así se juntaban las tres Casas grandes, por ellos así llamadas, y allí bebían sus bebidas, allí comían también su comida, que era el precio de sus hermanas, el precio de sus hijas, y sus corazones se alegraban cuando lo hacían y comían y bebían en las Casas grandes. (p. 146)


La unión entre el linaje de los Ahpú y los Camé, es producto de la unión de la víctima del sacrificio humano en el juego de pelota -se reconoce el linaje de los Ahpú pues no cualquiera podía ser jugador de pelota-, con la semilla del nuevo árbol de los linajes reinantes de Xibalbá. Ella rechaza su origen y su linaje cuando dice que “este corazón no les pertenece”; y cuando agrega que “Después serán ciertamente vuestros los verdaderos criminales y míos serán enseguida Hun-Camé y Vucub-Camé”, adopta una actitud de liderazgo político y hasta militar, cuando asume que suyos serán Hun Camé y Vucub Camé y es reconocida por los Tucures como su señora cuando les dice que “allá en la tierra seréis amados y tendréis lo que os pertenece”. En esta parte del episodio, podemos también inferir la importancia política del linaje que representa la doncella pues los Tucures, sacerdotes sacrificadores de cargo Ah Pop, Ah chi, en la estructura de gobierno xibalbaita asumen su liderazgo político y militar pues suben con ella a la tierra. Ellos disciernen entre un acto más de injusticia y la esperanza de un cambio. Cuando los Tucures dejan viva a la princesa, aceptan que existe una circunstancia en la que ellos mismos están coercionados (“ni debeis tolerar que os obliguen a matar a los hombres”; “tendréis lo que os pertenece”), y desde el punto de vista narrativo, asumen un papel fundamental en la voluntad divina de la restauración del orden cósmico, ya que gracias a su decisión de no sacrificarla y engañar a los señores es que Xquic puede subir a la tierra para que se cumpla lo dicho por la cabeza de Hun hunahpú-Vucub Hunahpú.
A través de la redención de los Tucures se redime también esa parte de la oscuridad compuesta por todos aquellos que tienen que servir a los Señores, obligados por las circunstancias o alienados, como era el caso de los Buhos, lo que nos señala con claridad que el cambio, la gestación de la justicia en Xibalbá, aunque es ejecutada literalmente por los gemelos en un tiempo posterior, proviene de un acto subversivo protagonizado por una elite del ejército xibalbaita y la doncella Xquic, una legítima heredera del poder.
“Se nos ha dicho por tu padre: “traedme el corazón, volved ante los Señores, cumplid vuestro deber y atended juntos a la obra, traedlo pronto en la jícara, poned el corazón en el fondo de la jícara.” ¿Acaso no se nos habló así? ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien quisiéramos que no murieras, dijeron los mensajeros”.
Los gemelos Ahpú nos prestan luz y reflejo para percibir cómo pudo ser el rostro de la Señora Quic: maga (cuando invoca el espíritu y al señor del monte y de las mazorcas, del Cacao, para que le ayuden a superar la prueba de llenar su red con mazorcas que no había), guerrera (convence y comanda hacia la tierra a una facción del ejército xibalbaita), madre (protege y cuida a sus hijos y les reconoce su linaje y la importancia de su propia obra en toda esa historia que está contada en el Tzolkin.), humilde (acepta las pruebas y se entrega a las voces que la guían, sin dudar jamás) y poderosa al mismo tiempo (ella sería una diosa de la tierra que pare y regenera, que tiene valor moral y sentido del bien -como se manifiesta cuando les dice a los Tucures que ellos no deben seguir las órdenes mortales de los señores de la noche-, así como un profundo respeto por las normas (ella señala el delito de los señores al abusar de su poder y de su gloria maltratando a las tribus y sometiendo a los pueblos).
Como su madre y su padre, ellos son también cantores, sabios y entendidos, magos y jugadores de pelota, herederos del cielo y la tierra en la que gobiernan convertidos en dioses. Pero no lo saben y tal vez por eso apelan a la magia y no al trabajo cuando les toca cumplir con su designio de estar aquí. Así que durante su transcurrir histórico aprenden a reconocer su poder, a mirarse a sí mismos y transformar la energía de baja vibración en luminiscencias porque ellos no son de la oscuridad sino Toltecas, Mayas, confluencia de todos los puntos cardinales, hijos del centro y por lo tanto de la Verde Ceiba Madre [Yaxché -el primer árbol], que también tiene sus espinas.
Por eso Xquic simboliza la desobediencia, la rebeldía y el afán de saber. Los gemelos también se rebelan a su realidad cuando usan la magia para no trabajar, desobedecen cuando son maltratados por sus hermanos, quieren saber al punto de torturar y maltratar al ratón que será su informante y les dará la clave para entender su linaje y por lo tanto su rol cósmico.
La Señora Xquic tiene una historia que no se ha contado todavía y que la coloca como una importante líder espiritual y político, una esencia rectora en toda la trama: desde que alenta a los Tucures para subir con ella a la tierra, después de liberarla y darles el discurso moral de cómo debe comportarse una fuerza armada leal a la verdad y a su propósito, hasta el cumplimiento cabal de las instrucciones de los Señores Ahpú, es ella la clave y razón de ser del mito, su decisión y entereza no se nombran por los narradores pero nosotros, lectores modernos, podemos inferir su carácter inquisitivo, vital, su capacidad de entrega (aceptar extender la mano cuando la cabeza de Hunajpú le dice, es un acto de confianza extremo -y de humildad en el contexto de la lectura iniciática que indica que en este punto del viaje, el personaje Xquic también recibe enseñanza y su peaje de paso es llevar la simiente a la tierra y parir. La fuerza vital nace en el inframundo, viene de la muerte y la destrucción, tal y como lo ejemplifica Xquic, pues esa fuerza vital que podríamos vincular simbólicamente con ella, contiene la esencia de la luz y por ello habla con la sabiduría y conocimiento de la propia abuela, por ello convence también a los Tucures, para que no la maten.
La historia política también se dibuja en sus actos: ella cree que los señores no deben gobernar de ese modo, reta al ejército y les evangeliza para después subir con ellos a la tierra, donde tal vez vivieron a su servicio, lo cual es claro en el pasaje en que ella les invita a subir a la tierra. Xqic por lo tanto liderea un ejército Tucur, es decir, sacerdotes-guerreros, no son cualquier militar dentro de la estructura castrence, es un cuerpo elite de sacrificadores. No cualquiera podía extraer el corazón de la gente ni hacer ese trabajo que distinguía a los Búhos durante la época de los señores de la muerte. Así que en una especulación literaria del personaje, cabe suponer que la caída de los señores pudiera ser una obsesión para la doncella Xquic, hija de este señor Cuchumaquic, el Hun camé de Xibalbá.

Después del despotismo y la maldad impuesta por un gobierno tiránico, llega con la venganza de los gemelos un tiempo de luz e irradiación del sentido de libertad, que le traen a la tierra orden, justicia, luz y prosperidad; lo que leído en otro plano significan también empoderamiento del equilibrio entre la luz y la oscuridad, el reinado de una sabiduría que le devolvió a los pueblos su certeza de ser los herederos de los Formadores y por lo mismo se pudieron llevar a cabo grandes y monumentales obras que todavía hoy nos sorprenden por su excelencia y tecnología y que están reflejadas en todo el arte mesoamericano que ya podemos leer como párrafos y capítulos sueltos de una historia cuyo núcleo y comienzo todavía no alcanzamos a vislumbrar.
Es evidente que la Señora Xquic reviste especial importancia simbólica en el texto; posiblemente es el verdadero protagonista de toda esta parte de las historias narradas en el Pop Wuj, y que a final de cuentas expresa el cumplimiento de un desginio suyo: "míos serán enseguida Hun-Camé y Vucub-Camé". Si apelamos a las enseñanzas del Pop Wuj, la creencia en que el linaje no se pierde sino que se hereda también a los hijos, entonces los gemelos son también un instrumento suyo para hacer justicia. Ella es una deidad del monte, una sacerdotiza, una guerrera: cualidades que les heredará a sus hijos, quienes vendrán sobre sus propios abuelos para hacer justicia por sus padre asesinado en juego de pelota y para cumplir también con el cometido materno de capturar a Hun Camé y Vucub Camé.
Con este alumbramiento, podemos estar seguros de que Xquic es también por antonomasia la representación y manifestación de las mismas fuerzas del cielo y de la tierra de la misma manera en que en otros mitos lo es Coatlicue. Ella es también la conexión con los mexicas, con los nahuas. En mi opinión, Xquic representa también un símbolo compartido entre mayas y toltecas, nombrado de diferentes maneras pero ejemplificado con el mismo mito: una virgen que trae al mundo a un guerrero que vengará a sus hermanos, a sus padres, impondrá la justicia y se convertirá en sol. Si buscamos en las imágenes de Coatlicue, con toda seguridad estaremos cerca también del espíritu que anima a Xquic y por lo tanto la de Witzilopochtli y la de Hunapú Xbalamcéh puede que sea la misma historia contada desde distintos puntos de vista. O la misma historia repetida en planos distintos del tiempo y del espacio porque va siguiendo su trama el ciclo eterno de los astros.