Tohil y Quetzalcóatl ¿diferentes dioses?

En el Pop Wuj se dice que Tohil es el mismo dios que el de los Yaqui Tepeu, que es Yolcuat-Quetzalcóatl (p.123) Sin embargo, la filiación de este dios está más identificada con la oscuridad, con el inframundo. Lo confirman varios pasajes, como el que mencionamos antes, en el que las tribus piden el fuego pero para que se les otorgue es necesario que entreguen su corazón, que ofrezcan su pecho y su sobaco a Tohil, es decir, que lo tomen como su propio dios, además de ser dados para el sacrificio, como es dicho por un enviado de Xibalbá, y, nótese, que dice ser enviado de su creador (de los balames, de los quichés):

Preguntad a Tohil qué es lo que deben dar cuando vengan a recibir el fuego, les dijo el de Xibalbá. Este tenía alas como las alas del murciélago. (Pop Wuj. Pp. 113)

Lo que, además del antecedente planteado con el mestizaje entre la tierra y Xibalbá reafirma la idea de que Xibalbá es un lugar más complejo y “plural” que el de inframundo y lo acerca a Tulán, porque si Tohil es de Xibalbá, entonces es la misma ciudad a la que van por sus ídolos, es decir, Tulán Zuyva. O sea la ciudad del mítico Quetzalcóatl. Dice el texto quiché:

Tranquilos estaban respecto a ellos los corazones de Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. No sentían ansiedad en su pecho por los dioses que habían recibido y traído a cuestas cuando vinieron de allá de Tulán-Zuiva, de allá en el oriente. (p.121)


Tohil, al mismo tiempo tiene rasgos que lo ligan genealógicamente con Gucumatz, con Quetzalcóatl, también dijimos que con Hunracán. En los Anales de los Xahil se dice que:

...Uno a uno todos los guerreros regresaron a los lugares Tapcu, Oloman. Tristemente nos reunimos allá en donde teníamos nuestros penachos, oh hijos nuestros”. (Así) dicen Volcán, Ventisquero. Cuando nos preguntamos unos a otros en dónde estaría nuestra seguridad, los hombres Queché nos dijeron que, como tronaba y retumbaba en el cielo, así en el cielo estaría nuestra seguridad, y por consiguiente les fue dado el nombre [de] Trueno Resonante [de acuerdo con los traductores, en quiché trueno-resonante es: Tohil; Togohil en una deformación cakchiquel].

Atendiendo a esta lectura, Tohil es una entidad vinculada con el relámpago, y por ende con el fuego, lo cual le vincula a la figura de Hunracán como Rayo, como el Único Rayo, sin embargo, no hay elementos para suponer que Hunracán y Tohil puedan ser el mismo. Tohil da el fuego y también tiene una relación con Xibalbá, pues es el enviado de Xibalbá quien sugiere cómo deben manejar los balames el compartir su fuego con las otras tribus:

Entonces se presentó un hombre ante Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, y habló de esta manera el mensajero de Xibalbá: -Este es, en verdad, vuestro Dios; éste es vuestro sostén; ésta es, además, la representación, el recuerdo de vuestro Creador y Formador. No les deis, pues, su fuego a los pueblos, hasta que ellos ofrenden a Tohil (...) Preguntad a Tohil qué es lo que deben dar cuando vengan a recibir el fuego (...) Yo soy enviado por vuestro creador, por vuestro formador, dijo el de Xibalbá.”

Los creadores y formadores no pidieron sangre de corazones humanos, aunque en el lenguaje esotérico y religioso, e incluso astronómico, la muerte, la decapitación y el corazón como símbolos pudiesen apuntar hacia un problema de interpretación lingüística y exegética, pues los pueblos al principio “no invocaban la madera ni la piedra, y se acordaban de la palabra del Creador y del Formador, del Corazón del Cielo, del Corazón de la tierra”. Y la imagen tenía relación con el rito de la “dobla” (al doblar la mazorca hacia tierra se evita que el agua la dañe) y decapitación del maíz (cosecharlo), que son parte del cultivo de la planta.

La existencia de un oráculo llamado 9 Agua, en los textos de los Xahil, sugiere preguntarse si es un oráculo vinculado también con Tohil. Nombre calendárico, referencia de una de las voces del oráculo de Tulán, de acuerdo con las narraciones de los Cakchiqueles en los Anales de los Xahil, a Belehe Toh, Nueve Agua, se le decía –también a a Hun Tihax, Uno Pedernal– la piedra que engaña, la madera que habla.

...entonces les fueron dadas la Madera, la Piedra, que engañan. Mientras descendían de Lugar de la Abundancia, de Lugar de la Desaparición [les] fueron dadas la Madera, la Piedra, como dicen nuestros primeros padres, nuestros antepasados... (p. 7)
[...]
Tú no seguirás siempre así, tú, el hijo mozo: en verdad, grandes serán tu destino y tu sostén”, fue dicho por la Madera, la Piedra, la una llamada Nueve-Agua [Belehe Toh], (la otra) la Piedra llamada Un-Pedernal [Hun Tihax]. (p. 10)

Los cakchiqueles se refieren a estos oráculos de manera particularmente dura, aunque no dejan de seguir sus órdenes (Y en este sentido cabe preguntarse si la condena a la piedra y la madera se hacen desde el presente en que fueron escritos los textos, es decir, desde la cristiandad impuesta, o ya existía esa posición frente al oráculo y el poder que representaba los pueblos de entonces). Son la piedra y la madera las que dan la orden de ir hacia el sur levante, donde hay guerra. Ahí, se ha dicho, asegura el oráculo, que les serán dadas sus montañas, sus valles, sus llanuras. Y se habla del amanecer, de la aurora, que a cada pueblo le llega al mismo tiempo. Aunque para algunos no en el lugar que les fue prometido. Para otros sí.

La piedra y la madera, están en Tulán, a Tulán acuden todas las tribus, van en busca de sus lugares. Son acomodados por los Formadores, les son dadas sus tierras y las insignias del reino. Sin embargo, en el Pop Wuj queda expresado con mucha claridad que antes de que los Balames decidieran ir a Tulán no tenían piedras ni maderos que custodiar, y que en un solo dios creían, y que este dios no pedía sacrificio alguno, y también le llamaban Quetzalcóatl. Aquí surge un problema al leer entre líneas, porque si Quetzalcóatl no pide sacrificios y es un dios al cual se le venera desde antes de llegar a Tulán, entonces ¿qué tipo de Quetzalcóatl es este Tohil que es el mismo que el dios de los mexicanos, como está escrito?:

“¡Ay de nosotros! En Tulán nos perdimos, nos separamos, y allá quedaron nuestros hermanos mayores y menores. ¡Ay, nosotros hemos visto el sol!, pero ¿dónde están ellos ahora que ya ha amanecido?, les decían a los sacerdotes y sacrificadores de los yaquis.

Porque en verdad, el llamado Tohil es el mismo dios de los yaquis, cuyo nombre es Yolcuat-Quitzalcuatl. Nos separamos allá en Tulán, en Zuiva, de allá salimos juntos y allí fue creada nuestra raza cuando vinimos, decían entre sí. (p.123)

Este es el punto en el que resulta interesante especular alrededor del nombre calendárico de 9-Agua. Nueve en cakchiquel es Belehe, pero es Bolom en chontal, Balam en yucateco. Balam y Toh son nombres que no están muy lejanos en sus manejos simbólicos: Toh es tempestad, trueno, agua, y está vinculado a la figura de Quetzalcóatl; Balam es lo que ya sabemos, además de estar referido al mundo nocturno, a las cuevas, al inframundo (Recordemos la imagen de Tepeyolotl, vestido con piel de jaguar). Esto sugiere también que Nueve Agua es un nombre cifrado, en el que pueden estar contenidos una serie de elementos referidos a los mitos primordiales que desde los olmecas se manifiestan en toda Mesoamérica: Jaguar, Agua, Serpiente (por referencia a Toh y ésta a Tohil). Además de que puede dar indicios de quién controlaba el oráculo, de paso, nos remite sin dificultad a nombres mixtecos como Ocho Venado, o Nueve Viento.

Por asociación de ideas con estos nombres, podemos remitirnos también a los calendarios Teotihuacano y mixteco; por lo tanto, puede surgir la posibilidad de que, en este caso, los acontecimientos relatados en el mito se puedan referir veladamente a un periodo específico en el tiempo histórico, como lo fue la caída de Teotihuacan, o al revés, el abandono de otros centros importantes para ir a la ciudad de los dioses, un centro integrador que por su fuerza de atracción disminuyó la influencia de otros puntos en el área nuclear del valle de México y tal vez la de señoríos de la Mixteca, alta y baja, y los del lado del golfo y la franja de Totonicapan, en Veracruz y Puebla. Hasta que su poder se desplomó y los toltecas, que en ese momento dominaban, tuvieron que salir de ahí, en medio de una situación que por fuerza nos recuerda el momento en que también los balames tienen que salir de Tulán, donde habían engrandecido su poder.

En este sentido, aunque aparentemente lejanos de los oráculos que nos ocupan, los murales de Cacaxtla tal vez permitirían entender ciertas cosas que también están contadas o referidas en los mitos y la historia quichés, en cuanto a que en el momento en que fueron pintados los de los pórticos norte y sur, había, cuando menos ahí, en uso, dos calendarios que se correspondían uno al otro: el de Teotihuacan y el Mixteco de Yucuñudahui. En el pórtico norte, aparece un Balam con atributos relacionados con el agua y la lluvia. Está parado sobre un dragón jaguar. Refiriéndose a las fechas ahí escritas, Munro S. Edmonson dice que:

Los coeficientes de ambas fechas [expresadas en distintos estilos] presentan la novedad de estar pintados en dos colores: azul y blanco. Si sólo se toman en consideración los números azules, dan la fecha en el tonalpohualli general (contado de 1 a 13). Si se incluyen los puntos blancos (los cuales están marcados con tres o cuatro ejes en vez de los dos de los puntos azules), dan la fecha en la cuenta de Teotihuacan (contada de 2 a 14). [cf. El calendario de Teotihuacan. Arqueoastronomía y etnoastronomía en Mesoamérica. UNAM. México, 1991.]

Al mismo tiempo que es un lugar identificado también con los mayas (mayas-xicalangas les dicen), como lo atestiguan los murales de los taludes oriente y poniente –anteriores en tiempo a los otros– en los que los balames, guerreros toltecas, identificados por los símbolos de Tlaloc, y el de los años –muy cercanos a los que también distinguen a Xochicalco, donde, por otra parte, se inicia el culto a Quetzalcóatl– les dan muerte a un grupo de señores mayas ataviados como pájaros, vestidos con ropa que nos recuerda la de personajes como los de los dinteles 24, 25 y 26 de Yaxchilán, correspondientes al momento epiclásico del horizonte maya.

Los símbolos pueden llevarnos en otra dirección temporal, al horizonte epiolmeca, hasta la región de la Venta, donde parecen encontrarse dos modelos culturales con un aparente origen común. Una especulación iconográfica nos proporciona muchos elementos que pueden relacionarse con Tohil y Yolcuatl Quetzalcoátl.

En la Estela 19 de La Venta vemos un personaje, con un yelmo cubriendo su cabeza, aparentemente de pájaro, sin embargo, al mirar con atención se aprecia una cabeza de serpiente de cascabel como la que está esculpida por encima suyo, con elementos como el que tiene en su cresta, que se observan también en las piezas de hombres jaguares, o de felinos como las de las hachas votivas olmecas más antiguas.

En esta obra, se prefigura una variante en la expresión iconográfica de lo que se reconoce a simple vista como Olmeca. Arriba del personaje hay un de bastón de mando con las cruces de San Andrés, que aparecen también en el horizonte olmeca en esculturas como la del Señor de las Limas y hasta el final de los tiempos mesoamericanos. El hombre —o mujer— con máscara lleva en la mano izquierda un objeto, como una bolsa como las que se usaban para llevar semillas; Román Piña Chan dice que es para el copal, lo cual puede ser, sin embargo, hay que contemplar la posibilidad de que como símbolo, pueda ser la bolsa donde se llevan las semillas, debido a que los signos están referidos todos a la fertilidad, al agua y a la tierra; al fuego. Podría suponerse también, considerando la posible identidad del personaje, a una prefiguración de Yolcuat Quetzalcoatl, que era, según los quichés, el mismo dios de los Yaquis, o sea Serpiente de cascabel-quetzalcoatl.

Tal posibilidad, amplía los horizontes de la interpretación de mitos que se suponen posteriores al tiempo olmeca, pero que están presentes en la iconografía de su tiempo. Dice Piña Chan que “desde el punto de vista interpretativo, el personaje puede representar a un sacerdote de la deidad del agua, concebida como serpiente de cascabel[...]En otras palabras, aquí tendríamos la antropomorfización del concepto serpiente-sacerdote, de la deidad dispensadora del agua celeste, la lluvia, ubicada en el cielo, así como de su intermediario en la tierra.”

La presencia de la serpiente y el jaguar en el arte mesoamericano no es una recurrencia sino la razón de origen astronómico por la cual fueron hechas las obras, son motivo y también eje del relato iconográfico. Los patrones y estilos del tiempo olmeca pueden relacionarse con posteriores expresiones, como se aprecia en piezas de diferentes períodos, tal es el caso del dintel 25 de Yaxchilán, del momento epiclásico, donde la serpiente es un reptil de dos cabezas, con más rasgos de dragón, que en uno de sus extremos se muestra como el torso y el rostro de un guerrero que tiene elementos que pueden identificarlo con Venus, y el signo cauac, así como con el signo calendárico Imix.

En el extremo inferior tiene una calavera, un rostro descarnado, que nos recuerda también las imágenes en Tula, grabadas en lápidas donde se ven figuras humanas semidescarnadas que surgen de la boca de serpientes de cascabel, o a Itzamná que aparece en la iconografía maya Itzá, durante el Posclásico: el gran dragón celeste y de la tierra, representación zoomorfa de la vía láctea, expresión fantástica del movimiento cósmico, símbolo de la fertilidad y de la vida, de la oscuridad y de la muerte.

Esta entidad tiene un origen olmeca. Los seres bicéfalos en el arte mesoamericano están relacionados en su raíz con distintos reptiles, como también sucede con el arte Chavín, en Sudamérica, cuyos rasgos son comunes en muchos aspectos a los elementos esenciales del arte olmeca. Sin embargo también hay jaguares y aves bicéfalas. La máscara que porta el personaje de la estela 19, también podría confundirse con una de jaguar muy estilizado. Atendiendo a los diversas máscaras y tocados que aparecen en la iconografía mesoamericana, sería más fácil relacionar la máscara con un jaguar o con un ave, tal vez un búho como el que aparece en el tocado del hombre pájaro de las grutas de Oxtotitlan. Así como al personaje de la estela 19 con el personaje que aparece en el relieve de Chalcatzingo, llamado El Rey.

En una nota al Pop Wuj, dice Adrián Recinos que “El gran civilizador era adorado como una divinidad por los antiguos mexicanos, quienes le daban diferentes nombres. Llamábanle Ehecatl, o dios del viento; Yolcuat, o sea serpiente de cascabel; Quetzalcóatl, o serpiente cubierta de plumas verdes.”

Por esta razón, es importante notar que la actuación del oráculo en todos los momentos decisivos de la vida cultural, religiosa y política de Mesoamérica, estaba fundamentada en la derivación astrológica del gran adelanto astronómico y matemático al que habían llegado mucho antes de que se comenzara a pervertir su uso y sus fines prácticos en la agricultura, así como los ritos consecuentes, cuyas ceremonias coincidían con las diversas posiciones estelares, tanto del sol como de la luna y las constelaciones que identifican con precisión las temporadas de lluvia y seca, los tiempos aciagos para la siembra, etc. como lo podría ejemplificar el conocimiento tan detallado que tenían de Venus y sus efectos, tanto negativos como positivos, no sólo en la agricultura sino en la misma civilización. Los símbolos parecen ser los mismos aunque su interpretación, lectura y función política muten y se refuncionalizen de acuerdo a necesidades que el oráculo parece haber expresado siempre con autoridad divina, desde el inicio de la creación, cuando las abuelas echaron el maíz rojo para saber cómo habría de ser la creación.

Fragmento del libro "El cazador y la muerte" ensayos literarios acerca de temas en el Popol Vuh, de Eutimio Sosa